¿La
crisis nos ha hecho más maduros, más conscientes, menos dóciles?
Muy relativamente, me temo. Si acaso, vivimos un poco más al cabo de
la calle. Un barniz de economía para salir del paso. Pero nos faltan
competencias para comprender mejor la realidad. Además, el temor nos
suele hacer sumisos. En general, nos agarramos a unas pocas certezas
y preferimos reafirmarlas a base de consignas que se ponen de moda y
que repostamos a diario. Somos manipulables; nos educaron sobre todo
en la repetición y vivimos en la propaganda y el entretenimiento
simple. Todo eso trae consecuencias: de la anécdota hacemos
categoría, y de la categoría anécdota.
¿Cómo
ser entonces más críticos? Por medio de la cultura y la
sensibilidad; con esfuerzo de raciocinio y atención. Haciéndonos
preguntas, interrelacionando contenidos, valorando los argumentos por
encima de emociones. Las personas y organizaciones críticas tienen
capacidad de retentiva y leen más allá de la escenificación del
marketing. A veces hasta se anticipan y predicen la evolución de los
acontecimientos.
La
crítica no es sinónimo de insulto, ni de altivez, ni de
exageración. No toda crítica es buena como no toda heterodoxia es
aceptable. El crítico debe ser autocrítico y evitar la soberbia.
Debe saber escuchar y hasta cierto punto empatizar, para poder
ofrecer alternativas. Un buen crítico es por tanto un observador
nato, pero no discierne todo. Sabe la importancia de los matices, y
el riesgo de caer en dobles morales. No puede estar desinformado,
quedarse en los estereotipos o limitarse a ser la voz de los ya
convencidos. Tampoco puede ser crítico quien no duda, quien no
entiende el sufrimiento, quien nunca rectifica.
Un
problema de la crítica es su carácter polisémico. Lo propio del
crítico es disentir, pero disiente muy diferente un individuo de
izquierdas que de derechas. Sus conceptos sobre el progreso y el bien
común están muy alejados sobre el papel. Sin
embargo, como apuntó el pensador Norberto Bobbio, "quien se
considera de izquierda, de la misma manera que quien se considera de
derechas, considera que las dos palabras se refieren a valores
positivos". Esta es la pluralidad que nos define, nos enriquece
y nos complica, porque entre otras cosas nos empuja a distinguir
entre el hecho de tener tendencia y el defecto de ser tendencioso. Y
a revisar hasta qué punto nuestras convicciones están hechas de
categorías identitarias y sentimientos de pertenencia previos.
La
crítica es compleja porque complejo es un mundo tan repleto de
hiperdesigualdad como de apariencias amables y amortiguadoras.
Advierte el filósofo Daniel Innerarity (El País, 4-1-04) que
“los sistemas se hacen inmunes frente a la crítica asumiéndola”
por lo que “no hay nada mejor para neutralizar una rebelión desde
el poder que ponerse de su parte”. Añadamos a esta certera
reflexión una reveladora frase de Felipe González, pronunciada en
2010, para entender mejor el rompecabezas en el que estamos metidos:
"En las
luchas de poder las relaciones son subterráneas: las cuatro quintas
partes, como en el iceberg, no se ven".
Cinismos
del ex presidente aparte, ahora más que nunca se necesitan buenos
críticos que descifren lo que no se ve pero influye más. Que
analicen las cuestiones de fondo y no se queden en la epidermis de la
actualidad más comentada. Que inquieten a
los poderes abusivos, a quienes manejan los hilos y se hacen
invisibles para volverse incuestionables. Son los primeros
interesados en que cunda el fatalismo, la desmemoria, y en
definitiva, una blanda democracia.
Criticarlos
es propio de radicales, entendidos, claro está, como aquellos que
van a la raíz de los hechos.
Saber más: Dos ideas de Rafael Argullol
- "Sería un milagro que los
estudiantes españoles fueran cultos y sensibles en medio de una
sociedad inculta e insensible como es la sociedad "nueva rica" de los
últimos lustros".
En
RTVE.es (18-11-11)