Artículo mío publicado en Diario de Noticias (8-2-14). Crónica de dos días en Barcelona
domingo por la tarde. Me marcho un par de días a Barcelona. Compro La Vanguardia
en la estación de tren, el Alvia viene con retraso. Un cortado y a
esperar tranquilamente mientras ojeo el periódico. Noticias y artículos
sobre la cuestión catalana, que es también la española; la de una España
culturalmente radial, irritada con sus regiones díscolas. Una España
faltona a la que nunca faltará una tribuna o un micrófono. La de la
mayoría de la Conferencia Episcopal o la de antiguos izquierdistas como
Leguina, Redondo Terreros, o Fidalgo. También la de una España más
templada, a menudo temerosa de ser acusada de ingenua. Toda esa España
oficial es sobradamente conocida en Catalunya. En cambio, la de Antoni
Bassas, Jordi Basté o Mònica Terribas, por poner algunos nombres
propios, ha sido ignorada en Madrid, y consiguientemente en la mayoría
de las autonomías. La desconexión catalana es paralela al apagón
de una Catalunya contada en primera persona. Mientras apuro el café, leo
a Paul Preston opinando sobre el tema de marras: “Habría que volver
atrás para empezar de nuevo desde un punto de partida diferente”.
Rebobinar y renovar premisas, ahora que asoma un cambio generacional del
carajo vela, que diría Xabier Arzalluz. Pero cambiar el apolillado
fondo de armario de 1978 se antoja muy difícil. “Adiós, tercera vía”
titula sin ir más lejos en portada El Periódico de Catalunya.
Rajoy acaba de pasar por Barcelona. El presidente del Gobierno de España
nació en 1955, tenía 20 años cuando murió Franco, y está desprogramado
para abordar con imaginación cualquier demanda que suene a catalanismo.
El hombre, que no destaca precisamente por tener unos reflejos felinos,
se resiste a admitir que la maroma de esa España imperativamente eterna
no da más de sí; que un destino obligado no es destino y que una unidad
vigilada por las Fuerzas Armadas pierde toda su fuerza. La España que se
dijo que cabía en la cabeza de Manuel Fraga, ya no entra en la azotea
de como mínimo dos millones largos de catalanes, Los del sí/sí del 9-N,
los del sí/no o incluso seguramente los 105.245 del no que votaron en
una consulta alternativa sin valor jurídico alguno suspendida por el
Tribunal Constitucional.