04 septiembre 2010

Sobre la expresión no reabrir heridas

Durante muchos años, no reabrir heridas se ha traducido en España en no molestar demasiado a quienes en la intimidad de una sobremesa, aún rezuman Movimiento.

Había que construir una democracia que conservase la simbología de la dictadura, que sólo rechazaban mentes estrechas, incapaces de olvidar. Un status quo que reconociese de alguna manera el sacrificio que supuso a muchos franquistas pasar a un sistema de representación, como si dejar la dictadura fuese una cesión.

Hay quien dice que no se puede juzgar al franquismo con los ojos de hoy, que entonces un determinado contexto configuró una realidad. Este razonamiento implicaría, caso de ser cierto, el desarrollo de una historia acrítica, porque incurre en varios olvidos. Primero, la involución violenta que desde un punto de vista democrático supuso el régimen dictatorial frente a la República. Segundo, la responsabilidad de los promotores intelectuales que echaron mano de argumentos religiosos y hasta seudo científicos en favor de discriminaciones brutales que cortasen los avances en igualdad y pluralidad que se estaban dando en España. Imponer durante décadas un cierto tradicionalismo y después negarse a la democracia, apelando a que rompería la tradicional falta de libertad es trampa. La relativización o exención de responsabilidades históricas es una invitación a desentenderse del presente y dejar la historia en manos del fatalismo de cada momento
Justo por la perspectiva que da el paso del tiempo, es preciso recordar que hubo una época en la que la mera reivindicación de democracia se tachó de maximalismo, por los mismos que hablaban de cruzada y de mártires para referirse a la Guerra Civil. "Radicalismo de demolición", lo denominó el director de Pueblo, Emilio Romero. (Julián Lago, "La España Transitiva", Dopesa (1976). Bajo el criterio de Romero, "el tratamiento político de la concurrencia necesita empezar por dosis menores o de contacto". Para este periodista lo que no fuese "caminar despacio" era propio de "impacientes".
Saber más:

  • Tras el llamado "espíritu del 12 de febrero" de supuesta apertura, hecho público por Arias en 1974, se sometió a arresto domiciliario al obispo de Bilbao, el navarro Antonio Añoveros, por pedir en una homilía que se reconociera "la singularidad del pueblo vasco dentro de todos los pueblos del Estado español". La intención del régimen fue deportarlo. La Conferencia Episcopal amenazó con excomuniones.
    Añoveros, que había sido capellán voluntario en la guerra civil, fue consciente del pulso que echaba al nuevo Gobierno, aunque tal vez no tanto su reacción. "El domingo sabremos si la apertura de Arias es sincera", cuenta Tarancón que dijo. "Le he puesto un trapo rojo para que embista", afirmó también.
Tarancón, el cardenal del cambio. J.L Martín Descalzo, Planeta, 1982.

No hay comentarios: