12 noviembre 2018

España ante su historia

En el centenario del fin de la Primera Guerra Mundial España se enfrenta a su propio calendario. En cinco años se cumplirá un siglo del comienzo de la dictadura de Primo de Rivera. Si el Estado español sigue en crisis, las efemérides sistémicas (1923, 1931, 1936) seguirán siendo turbadoras cien años después. Como un recordatorio de asuntos no encarrilados o no del todo solucionados, que se pretenden abordar mediante un giro a posiciones marcadamente de derechas cuando no lindantes con la ultraderecha, que intenta forzar al PSOE a no moverse una coma de posiciones centralistas excluyentes.
El proyecto nacional español ya no lo cose el catolicismo, ni el ejército, ni la guardia civil, ni siquiera la gran banca. Poderes fácticos que siguen dejando marca en el paisaje identitario del nacionalismo español, que pero que no son el pegamento. No lo pueden ser. De ahí el miedo y el vacío en el sector más conservador, cuando por otra parte ni siquiera hay una memoria verdaderamente común de los sufrimientos padecidos. En el primer cuarto del siglo XXI el proyecto nacional español no brilla por su capacidad de integración ni por su potencialidad de actualizar un pacto producido al caer una dictadura de cuatro décadas, que con todo, hablaba de nacionalidades. Hoy el Estado español se niega a ser plurinacional. De ahí que en Catalunya, Euskadi y otros territorios genere amplio rechazo o desconfianza. Una realidad que se suele intentar contrarrestar con más orgullo que honestidad. Ahora mismo en ese marco manido de la Transición, no se sabe si estamos en un momento evolutivo, del todo involutivo o en un intento de continuidad condenado al fracaso. Un ejemplo concreto: que la pregunta clave desde hace un año sea cuánto manda y cuánto arbitra Felipe VI en España, porque el balance se perciba muy descompensado, igual dice bastante de la calidad y transparencia democrática en el Estado.
Otro ejemplo e hipótesis posible, ligada también a la imagen de la monarquía: la sentencia por el juicio a representantes políticos catalanes pinta para junio de 2019. También un mes de junio, pero de 2010, el Constitucional sentenció sobre el Estatut. Así que el nacionalismo español puede cometer su tercer gran error en Catalunya en menos de una década. Pero resulta que este grado de coerción para que los catalanes/as no puedan decidir qué quieren ser y con quién quieren estar, en vez de infumable les parece escaso a PP, Cs y Vox.
Con todo, estamos en un momento político depresivo generalizado. El desgaste o la amenaza de desgaste es transversal. La percepción de que las cosas pueden ir a peor (en sentido polisémico) está ahí, muy trenzada. Todos los partidos (en el poder y en la oposición) se arriesgan a perder aceptación o estancarse en función de lo que hagan los próximos meses. De ahí parte de la sobreactuación. Y del cansancio existente.
Coincide curiosamente este trance con un relevo generacional rotundo. Sánchez tiene 46 años. Casado 37, Iglesias 40 y Rivera a días de cumplir 39. Media de 40,5 años. Comparada con la de 1982 (los 54,25 de González, Fraga, Carrillo y Suárez) o con la de 1977, que fue 49,25, la diferencia es significativa.

1 comentario:

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