Cuenta la periodista Pilar Cernuda en un interesante libro sobre
Felipe González publicado en 1994, que durante la histórica noche del 28 de
octubre de 1982, el líder socialista no fue del todo consciente del peso del
triunfo. Algo aturdido entre un sinfín de besos y abrazos, se dejaba llevar,
casi como un espectador de su propio protagonismo. El peso de la preocupación
apareció unas noches después, sobrevolando Madrid en helicóptero. Al contemplar
desde las alturas aquel inmenso paisaje luminoso, González, sintió el abismo de
la responsabilidad.
Historia o leyenda, algún
día conoceremos también las íntimas sensaciones de Pedro Sánchez durante este
domingo 3 de junio. Su llegada al poder no tiene la explosividad de aquel
lejano de 1982, pero es el primer vencedor de una moción de censura. Alcanzar el
poder en solo unas horas tiene su miga, se mire como se mire. Desde un punto de
vista político y psicológico. Por mucho que quisiera ser presidente del
Gobierno, Sánchez no contaba con un giro tan rápido de los acontecimientos, aunque
comprendió la disyuntiva del ahora o nunca. Casi no tendrá tiempo ni para
gestionar el vértigo. La velocidad de crucero que ha tomado la política
española le ayudará. Pero el vértigo brotaba a borbotones entre sus compañeros
socialistas en el hemiciclo.
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