EL fútbol es, además de un deporte, un
gran negocio y un canalizador de sentimientos de pertenencia. Tres
elementos que lo han ido convirtiendo en un fenómeno social para muchos
desmedido. La selección española, más allá de sus méritos deportivos
indiscutibles, conforma desde su apogeo un indiscutible potencial
político-simbólico. Un icono cuya enorme capacidad movilizadora
constituye un caramelo para el centralismo. La publicidad de algunas
marcas ha tomado nota y se ha vestido de connotaciones ideológicas
reafirmantes como las de Yo soy español, Sí, somos España, o Unir a todo un país. El imaginario de la unanimidad del pueblo español exultante ha asomado como consigna en bastantes medios: Todos con España o Todos con la Roja.
Como en Fuenteovejuna, solo que pasando por alto dos pequeños detalles.
Primero, que para muchas personas el fútbol tiene mucha menos
importancia que la que nos pintan. Y segundo: que guste o no, la Roja es un combinado discutiblemente nacional en algunas comunidades, lo que hace que sus triunfos no se sientan homogéneamente.
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En la imagen, portada de ABC el 1-7-12, el día de la final de la Eurocopa
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