07 mayo 2012

¿Recentralización?

Es curioso cómo la política se asemeja a la moda, en tendencias que vienen y van por oleadas

En 1982, hace treinta años, Fraga propugnaba una "racionalización de las autonomías", expresión que en este momento recoge en google 16.000 resultados. El raciocinio como supuesto punto de partida argumental. Pues bien, ¿no sería razonable comenzar entonces a reconocer de una vez algo tan obvio como la existencia de un nacionalismo español?  Llamarlo por su nombre cuestiona un relato poderosamente arraigado por aquellos que tienen hambre de nación pero presumen de no nacionalistas, El de la hipocresía de quienes catalogan de irracional al nacionalismo y sitúan al español en la lógica. Al parecer, las emociones que les despierta la bandera de Colón o los desfiles militaristas por la Castellana son solo conciencia ilustrada. La paradoja viene de lejos, en Formación Política, Lecciones para las Flechas, libro de la falangista Sección Femenina se decía: “nuestra Patria tiene una empresa gloriosa que cumplir en el mundo”, "destino racional” distinto al “amor físico y sensitivo” de los nacionalistas.

Ahora bajo el paraguas de la crisis, desde la derecha suenan campanas de recentralización, como si la autonomía fuese una dádiva política a criterio del Estado. Pero ese ideario no es exclusivamente suyo. Ahí está por poner un solo ejemplo Peces-Barba, otro padre de la Constitución, cuando dice que "la crisis solo se soluciona desde la unidad del patriotismo constitucional" o que "el patriotismo es una virtud que debe adornar a los buenos ciudadanos".

La asimetría política del discurso antinacionalista es de blanco y negro. Si el orgullo nacional vasco es presuntuoso, provinciano o cerril, el español es virtuoso y cabal, hasta moralizante. Si se critica a los nacionalistas por esencialistas, escuchamos en cambio llamadas a que España sea España y Navarra siga siendo Navarra. Si se dice que los partidos nacionalistas defienden los intereses de una región concreta por encima del bienestar general, se olvida cómo actúan PSOE o PP en Europa. Si el nacionalismo es impositivo, resulta que la pertenencia a España no es el resultado de la adhesión libre de la mayoría de los individuos de una comunidad, pero sí incluye el potencial sellado violento de un ejército.

"Entendemos el patriotismo como preocupación por nuestro país, como amor por nuestro país", dijo Aznar en 2010. ¿Nacionalista el expresidente? Lagarto, lagarto. Desde miradas como la suya no existe el nacionalismo español como no hay patriotismo vasco. Lo peor no es que el  modelo de convivencia que propugnan muchos creadores de opinión niegue cualquier marco de equivalencia ideológica, sino que se dote de un sesgo rotundamente excluyente y a menudo apocalíptico. Ese relato que habla de un nacionalismo reñido con el bien de España, del nacionalismo como mal, el cáncer que gustaría extirpar, la anomalía, el chantaje.  Sentencias como España "hace agua", se "descuartiza" o va al "desguace", son otra muestra de esta deriva narrativa bien conocida.

Pero como la pluralidad es un acervo común a todas las sociedades, el nacionalismo vasco también tiene que realizar una profunda reflexión, y no solo la más perentoria de la llamada Izquierda Abertzale, tan necesitada de más humanismo y humildad. En esa idea de una renovación global son interesantes tesis como la del exviceconsejero del Gobierno Vasco Patxi Baztarrika, recordando la necesidad de evitar frustraciones por no asumir una "foto multicolor", o la del otrora miembro de Herri Batasuna, Txema Montero, a favor de un PNV más nacional y menos nacionalista. La diferencia no un juego de palabras. Y menos en Navarra, con su mapa electoral, donde recientemente el filósofo Daniel Innerarity, antiguo cartel peneuvista para la alcaldía de Pamplona, expresaba su preocupación por el dualismo y la incomunicación existente entre el mundo nacional-español y el mundo nacional-vasco. Ni uno ni otro desaparecerán, vaya por delante, porque guste o no forman parte de la realidad política propia, no ajena, de esta tierra.

La discrepancia identitaria persistirá en cada lugar donde las naciones estén proclamadas y discutidas al mismo tiempo. ¿Alguna alternativa entonces? La opción probablemente más integradora es la defensa de las  identidades múltiples. El mestizaje cultural es una realidad que tiene mucho más recorrido por delante que las vocaciones o anhelos de ir al unísono. En todo caso, quienes entienden sus nacionalismos como un dogma, deberían recordar los efectos del paso del tiempo en las sociedades con debates sobre asuntos antaño incuestionables. El español, en este sentido,  debería tener presente una metáfora: en el ámbito de la pareja, estar a favor del divorcio no te convierte necesariamente en divorciado. En el ámbito territorial y la autodeterminación, salvando las distancias, los parámetros podrían ser similares. Ciertamente, en caso de una separación, habría sentimientos de todo tipo (alegría, preocupación, alivio, pena, dolor...). Pero el consenso de salida estaría en poder elegir. Tomar una decisión muy delicada y muy seria con respeto a lo que cada cual decida. Porque en este caso, al día siguiente habría que seguir conviviendo en la misma casa.

 La imagen, adaptada de wikipedia


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