Mucho más que una mera alternancia a lo Cánovas y Sagasta, la democracia es una construcción colectiva permanente, que conforma una cultura de autocontención y autocuestionamiento
Cultura que requiere mestizaje, sentido de nuestros propios límites y de nuestros riesgos autoritarios. En una palabra, humildad. Democracia es mucho más que tolerar a los que no son nuestros. Exige escuchar y también una preocupación por la igualdad efectiva de las oportunidades, sensibilidad real con los sectores más vulnerables, inquietud por aquellos que no pueden valerse por sí solos, los que tal vez no dan votos, ni escriben artículos ni siquiera montan huelgas. Treinta y pico años de democracia deberían haber ayudar a empatizar mejor y comprender los límites de nuestros propios puntos de vista. La política también es pedagogía de la complejidad, y no sólo sobreactuación de cara a la hinchada o a la clientela. El camino a la democracia, que empezó en la Transición ni ha concluido, ni puede concluir, porque ninguna democracia tiene el progreso asegurado per sé.
Saber más:
En la revista Papeles de Relaciones Ecosociales y Cambio Global, editada por el Centro de Investigación para la Paz, se fijan en la calidad de la democracia.
La introducción, firmada por el director del CIP, Santiago Álvarez Cantalapiedra, reclama prestar más atención al tipo y calidad del debate público, el grado de arraigo social de la participación, el nivel de confianza y reconocimiento de las instituciones políticas por parte de la ciudadanía o las actitudes y valores que conforman la cultura democrática entre la población.
Álvarez Cantalapiedra defiende un concepto de la democracia como el “gobierno mediante el debate”, un proceso “continuo de construcción”:
“Más que un orden instituido, es un proceso instituyente que hay que impulsar con el esfuerzo y la participación ciudadana, ya que en caso contrario, si no suscita implicación y echa raíces profundas en el tejido social, termina por agostarse y mantenerse como un tronco vacío. Sin la existencia de condiciones para la expresión audible de las voces de la gente y sin mecanismos de participación y deliberación públicos, la democracia se convierte en un mundo de sordos y mudos a los que se convoca ceremoniosamente a un ritual cada cierto tiempo”.
Podría ser un punto de partida humilde, pero útil: no hay partidos ni empresas ni democracias ni organizaciones sociales inmejorables. Ni sabelotodos ni sabelonadas.
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