Los debates a cuatro han clarificado algo el panorama. Si el recuento del
domingo le resulta un éxito, el PSOE buscará la geometría variable con un
Gobierno monocolor y de independientes en una alineación ministerial diseñada a
base de guiños. Tanto en este escenario como en otros, el factor personal va a
ser importante de cara a alcanzar acuerdos. Por de pronto Sánchez e Iglesias
comparten tono en contraposición con la inquina de Rivera contra el líder
socialista. Si Sánchez sumase con Unidas Podemos, Compromís y el PNV, hipótesis
imposible sin una altísima movilización de la socialdemocracia, la entente
entre el sanchismo y el pablismo estaría mucho más cerca de consolidarse. El
papel de Iglesias en los debates aviva un escenario de entendimiento.
Estratégicamente, las formas más reposadas han sentado bien al líder de la
coalición morada, que parece otro desde la moción de censura del año pasado. Iglesias
se ha errejonizado sin dejar de ser Iglesias. Adaptación astuta tras el
desgaste sufrido estos años, que le describe dispuesto a exprimir las
posibilidades de una nueva coyuntura, ahora como muñidor.
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