Cuarenta años de la muerte de Franco. Qué plomazo hablar a estas alturas de
su dictadura. Qué viejuno recordar el fanatismo que pringaba aquella
sociedad, de la que, por cierto, también formaba parte la generación de
Rajoy. Ahora que la efeméride ya es cuarentona, es tiempo de repetir que
cruzada, caudillo o alzamiento, como la mujer decente y virtuosa,
son términos que perduraron en la España ye-ye, pero que no dejaron
huella. Piezas de anticuario de un pensamiento finiquitado en el 78 y
rematado en el 81 gracias al Rey, que, vestido de militar, culminó una
Transición modélica y a todo color. La del consenso. La de la nación
indisoluble e indivisible.
En contraste con esa Transición un millón de veces idealizada,
y con la entrada ochentera en lo que entonces se llamaba Mercado Común,
los noventa, apagado el pebetero olímpico, parecieron una escombrera.
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