No sé ustedes, pero al escuchar a un montón de hombres y
mujeres que se dedican a la política tengo la impresión de estar ante personas
poco leídas, que bastante tienen con el argumentario del día a día como para
adentrarse en reflexiones más profundas o personales.
Muchos políticos transmiten
entre prisas e inercias, un exceso de complacencia en sus conocimientos, porque
su hinchada ya les quiere así, y no tienen tiempo ni curiosidad para más. Viven
la política desde la gestión y la administración de cuatro mensajes. Barnizados,
pero descascarillados por el paso del tiempo. Con la inquietud justa por
aprender tantas cosas que desconocen. Se nota en su comunicación predecible, repetitiva,
y sin chicha, que retrata su grisura. Por
más que aparezcan en los medios, despiertan la emoción justa, cuando no el aburrimiento.
Es como si esos hombres y mujeres hubieran asumido que la razón de su protagonismo
está en su sigla, y seguros de no poder romper ni el techo ni el suelo
electoral de su formación, dieran coartada a su indolencia. Si la política tan solo es obtener votos, ya
cumplen, unos más que otros. Pero si engloba las cuestiones troncales para
cualquier sociedad, entonces somos los votantes los que deberíamos hacérnoslo
mirar.
Una época de cambio constante y de formación permanente debería
obligar a los políticos a ser culturalmente más ambiciosos. Que sigan aprendiendo
por un principio de honestidad para con los electores. Para saber más del mundo que pretenden
transformar, si de verdad quieren aproximarse a la realidad y orientar
adecuadamente los cambios dentro de su proyecto político. Eso vale también para
las organizaciones sindicales, empresariales o sociales. Sin embargo, la
inercia sigue siendo poderosa. Muchos limitan la comunicación a un instrumento
para salir del paso, sonreír mucho y meter el dedo en el ojo del adversario
todas las veces que sea posible. La comunicación política se ha vuelto tan
técnica y constreñida, que no deja espacio a un pensamiento más elaborado. Ser
culto o parecerlo es un riesgo en campaña, y los riesgos se eliminan con una goma
de borrar. Comunicación permanente vacío
permanente, parece ser el lema de algunos candidatos. No se trata de ser
unos pedantes. Ni de salpicar su narrativa de frases de latinismos, ni de citas
históricas, como hacía Fraga. No, no se trata de eso, sino de diferenciarse y humanizarse
con contenidos relevantes, evitando que a la hora de hablar todos los políticos
parezcan iguales. Hay que salir de ese exceso de tacticismo que bien observaba
Iñaki Gabilondo. Si tienen miedo a quedar como unos soberbios, por mostrar más
cultura, que empiecen por aplicarse en sus salidas de tono o en sus maneras
chulescas.
Como escribió Adela Cortina, catedrática de Ética y
Filosofía Política, "sin duda es malo para una sociedad quemar libros,
pero no es mucho mejor no leer los que están en la calle”. La política es
también una actitud. En la medida que un político amplíe sus lecturas, demostrará
vocación de servicio, inteligencia y a la vez modestia. No está mal para comenzar a formular un nuevo tipo de liderazgo.
La imagen, de Wikimedia
La imagen, de Wikimedia
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