¿Hay algo de extremista en un modelo que tolera o incluso genera una desigualdad extrema?
- ¿Sobre qué pilares éticos y políticos descansa un sistema que consiente que mil millones de niños y niñas no tengan acceso a derechos básicos y que seis millones mueran por hambre al año?
- ¿Qué sentimiento o sensación nos embarga al contemplar esta sinrazón: impotencia, costumbre, indiferencia, o hasta a veces miedo, cuando los empobrecidos tratan de buscar un futuro mejor?
- ¿Cómo afecta la pobreza de medio mundo a nuestra capacidad de consumir?
- ¿Cómo afecta nuestro consumo a esa pobreza?
- ¿Por qué no pedimos cuentas sobre la pobreza?
- ¿A quién se las pedimos?
- ¿Quién ataca la seguridad alimentaria?
- ¿A quién se le sanciona?
- ¿Por qué muchas veces la lucha contra la pobreza no está de actualidad?
- ¿De verdad se puede desde la desregulación acabar con la pobreza y los barrios de tugurios?
- ¿De verdad se puede acabar la pobreza sin mercado?
- ¿Estamos instalados en una especie de ficción en aras de la estabilidad? Si consideramos que la ayuda de los países ricos ha disminuido un 25% en los últimos 15 años, y que los países ricos destinan, proporcionalmente a su renta, la mitad de ayuda que en los años sesenta (fte. Campaña Pobreza Cero) rotundamente sí, estamos instalados en un imaginario; un mito que catapulta mentiroso el consuelo colectivo de que se va haciendo lo que buenamente se puede.
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