Palabras como “traidor”, “insolencia”, o “basura” forman parte de una determinada forma de hacer y entender la política. Como si la altisonancia fuese sinónimo automático de integridad. Repetidos los embustes crean sensación, como los insultos. Y votamos muchas veces por un poso de sensaciones
No sé si abunda, pero desde luego tampoco escasea, una ideología reacia a la igualdad de oportunidades e incómoda con el mestizaje; proclive al uso de la fuerza, con un acusado clasismo e indiferencia social; prefiere segregar a integrar, y tiene apego a la mano dura, al desprecio duro o a las bombas duras, según se precise o sea el contexto. Un catálogo pretendidamente elitista y sobradamente populista que se maneja bien en el insulto sostenido como herramienta persuasiva. Escucha poco y atiende menos, pero eleva la barbilla y desprecia. El insulto como reafirmante. Un manual de estilo que reivindica para sí la determinación. Como si no hubiera principios en el terreno del respeto.
Ojalá esté equivocado, pero tengo la impresión de que este ideario que trasciende generaciones es de todo menos marginal, y se asoma nítido, rotundo y sin ni siquiera matices en no pocos cenáculos y reuniones.
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