01 diciembre 2016

Márgenes

Confidencia de Adolfo Suárez rescatada hace unos días en La Sexta. El expresidente valía por sus hechos y especialmente por sus silencios. Las razones demoscópicas por las que evitó un referéndum sobre la jefatura del Estado sombrean de nuevo la Transición, y ponen patas arriba aquel eslogan de UCD en el 77, “el centro es la democracia”, sobre el que gravitó parte del proceso. Atributo ya entonces abusivo que la exjefa de Gabinete de Suárez, Carmen Díez de Rivera, negaría un cuarto de siglo después: “Ellos sabían de franquismo y lo desmontaron bien. Pero de democracia, poco”, escribió en sus memorias.
Finalizada una larga etapa de interinidad política en este 2016, en los que la figura de Suárez ha recobrado protagonismo, la Transición volverá a subrayarse en los próximos meses, y bajo su marco se pretenderá cincelar el futuro a largo plazo, con una reforma en lote indivisible, como en el 76. Lejos todavía de ese escenario, entre intermitentes llamadas al diálogo, se percibe en la opinión pública conservadora una excitación como de mayoría absoluta; de oportunidad de remachar el statu quo y neutralizar por largo tiempo al socialismo y todo lo que huela a transformación del Estado. Como si entre PP, C’S y la Gestora pudiera atornillarse, ahora sí, un españolismo de hornacina. Vino viejo en odres nuevos; el del ojo con no aplaudir al Rey o criticar a la Guardia Civil, por ejemplo, sobre los que se vuelve a articular una gigantesca espiral del silencio.

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