Navarra vive un nuevo tiempo, con un Gobierno apoyado por fuerzas
pluridentitarias. Entre los retos, el de lograr una mayor concordia.
El éxito sería colectivo pero exige a todos. También a la
oposición, en la que UPN ha adoptado el Apocalipsis Now como
relato. Tras la marcha de Barcina, el partido a días se Aizpuniza *,
a días abraza el Fraguismo, y a días añora a Ferraz. UPN está
llamado a jugar un papel clave en el devenir de esta tierra, pero
parece preso de la ansiedad por haberse quedado en minoría.
Inflexible y áspero, como un malhumorado guardés. Sus afiliados y
simpatizantes podrían recordar la fuerza de esa unión que pregonan;
atender a sus analistas más templados y conceder al adversario una
parte de razón. Principios liberales, no más. O dicho de otra
manera: el compromiso de los regionalistas para con su proyecto,
digno de reconocimiento o cuando menos de respeto, es compatible con
una puesta al día que llene de sentido práctico la moderación que
pregonan.
Tienen
trecho por delante.
* Aizpún fue un hombre con olfato. Se
enroló en la UCD de un Suárez proveniente de Unión del Pueblo
Español. Y desanduvo este camino porque no aspiraba al centrismo
identitario, sino más bien a lo contrario. Por eso lanzó su nuevo
proyecto y por eso tuvo éxito, porque supo además modularlo para
que fuese duradero. Junto al PSN promovió una idea del pactismo
narrativamente eficaz. Pero el pacto entre identitariamente
diferentes pasó de largo, y Navarra quedó dividida y descentrada
por los sentidos de pertenencia y a causa de la violencia.
Parafraseando a Suárez, adolecimos de una habitación
confortable para todos y cada uno de los navarros (y navarras).
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