21 junio 2007

Un cambio de paradigma contra la pobreza

Mientras la lucha contra la pobreza extrema se encasille principalmente en la compasión, y no en la dignidad política ante lo inaceptable, el drama tenderá a perpetuarse. O se cambian leyes, reglas y políticas, o el mundo seguirá siendo un inaceptable pozo de injusticia
El G8 se mueve en sentido contrario: las prioridades de ocho países no casan bien con el interés general. El G8 receta estabilidad y estatus quo, que así les va muy bien, y sus incumplimientos en materia de desarrollo no indignan a la opinión pública, y como no indignan, no se les exige, y como no se les exige se les reelige, y como se les reelige no necesitan rendir cuentas, porque la política y el gobierno también caminan por la senda de la oferta y la demanda.
Ni cambian ni les hacemos cambiar, la miseria se enquista y se normaliza, porque se vuelve costumbre y crea indiferencia. Así pueden seguir diciendo sin empacho que el estado general de la economía mundial es "muy positivo". Tan anchos y sin pestañear, acercándose el 60 aniversario de la promulgación de la Declaración Universal de Derechos Humanos.
La lucha contra el hambre necesita ser más efectiva, requiere un compromiso internacional muchísimo más intenso, transversal, supraideológico, para atacar una lacra con un coste asombroso de vidas diarias. Sin embargo como el crecimiento importa muchísimo más que los derechos humanos, la balanza se decanta por lo que realmente preocupa (la estabilidad de la desigualdad) y no por lo que, a lo sumo, hace pasar un mal rato. Mientras la lucha contra la pobreza extrema se encuadre en un empeño piadoso y exclusivamente sentimental, mientras se encasille sólo en la compasión y no en la dignidad de actuar públicamente ante lo inaceptable, el drama tenderá a perpetuarse.

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  • La defensa de la solidaridad no puede reproducir vicios de pensamiento único. Impulsar una corriente alternativa exige también porosidad, y análisis desde la concreción y el rigor.